Nos estamos cargando los recursos marinos. Es una cruda realidad que entre la contaminación y la pesca brutalmente exterminadora estamos machacando día a día al mar. La capacidad de regeneración del mundo marino es enorme pero no ilimitado, como todo en el orbe es finito.
Recuerdo como hace dos décadas, en la Playa de la Victoria de Cádiz, las barquitas de pesca llegaban, en el verano, a la arena en las primeras horas de la mañana. Las barcas venían hasta los topes, en sus redes se veían toda clase de peces de diversos tamaños, desde las mojarras a las morenas, las cuales entraban persiguiendo a otros peces en las redes y su cuerpo, en forma de serpiente, dejaba notar los varios peces que se había engullido enteros; eso sin hablar de los cazones, rico bocado en adobo de la familia de los escualos, y que por su tamaño y su boca quitaban las ganas de bañarse en el mar al mediodia. Eran los tiempos del comienzo de la saga de películas Tiburón. Esas barcas habían pasado la noche a pocas millas de la costa, una costa que hace mil años poblaban en esta época los atunes.
Hoy eso es pasado, la costa entre las redes de trasmallo, la contaminación y demás barbaridades ya no es lo mismo. En el mercado de abasto de Cádiz, miro con curiosidad los cazones allí expuestos, nada en comparación con los de antes, parecen de juguete, probablemente, no soy un erudito, no sean ya ni propiamente cazones sino de otras especies menores de su familia.
Cada día tendremos más pescado de picisfactorias, como todo en nuestro mundo, cada día más artificial. Al final tendré que mis acuarios convertirlos en pequeñas picisfactorias, para tener mis propios lenguados y boquerones.
Este desarrollo, esta modernidad, tanto avance, es una tremenda mentira, nos engañan, al final lo pagaremos los seres humanos. Como decía un cura “Dios perdona siempre, el hombre perdona algunas veces, la naturaleza nunca perdona”.
RAMON SANCHEZ HEREDIA
Recuerdo como hace dos décadas, en la Playa de la Victoria de Cádiz, las barquitas de pesca llegaban, en el verano, a la arena en las primeras horas de la mañana. Las barcas venían hasta los topes, en sus redes se veían toda clase de peces de diversos tamaños, desde las mojarras a las morenas, las cuales entraban persiguiendo a otros peces en las redes y su cuerpo, en forma de serpiente, dejaba notar los varios peces que se había engullido enteros; eso sin hablar de los cazones, rico bocado en adobo de la familia de los escualos, y que por su tamaño y su boca quitaban las ganas de bañarse en el mar al mediodia. Eran los tiempos del comienzo de la saga de películas Tiburón. Esas barcas habían pasado la noche a pocas millas de la costa, una costa que hace mil años poblaban en esta época los atunes.
Hoy eso es pasado, la costa entre las redes de trasmallo, la contaminación y demás barbaridades ya no es lo mismo. En el mercado de abasto de Cádiz, miro con curiosidad los cazones allí expuestos, nada en comparación con los de antes, parecen de juguete, probablemente, no soy un erudito, no sean ya ni propiamente cazones sino de otras especies menores de su familia.
Cada día tendremos más pescado de picisfactorias, como todo en nuestro mundo, cada día más artificial. Al final tendré que mis acuarios convertirlos en pequeñas picisfactorias, para tener mis propios lenguados y boquerones.
Este desarrollo, esta modernidad, tanto avance, es una tremenda mentira, nos engañan, al final lo pagaremos los seres humanos. Como decía un cura “Dios perdona siempre, el hombre perdona algunas veces, la naturaleza nunca perdona”.
RAMON SANCHEZ HEREDIA
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