Los bancos estaban vacios. Dos hileras, acotadas por otras dos hileras de altos arboles, llenos ellos de flores lilas, como queriendo forman un tunel de color. Los bancos manchados por las flores, por los restos de savia y de nectar. El suelo, una alfombra lila, igual que el techo de ese tunel. En medio de ese tunel, una realidad diferente de la primavera, una realidad de color lila, diferente, que estalla, una sinfonía de color, pero que vacio. El ser humano ya no aprecía el colorido de la primavera, no es capaz de mirar más ella de su móvil, de su ordenador, de su cámara fotográfica o de su televisor.
Nadie pasa por el tunel, nadie descansa en los bancos, nadie permanece, sólo yo. Si nuestros ojos no aprecian ese colorido, ¿como deleitarse con unos ojos?, ¿como catar la delicatessen de unos labios que leen al compas de silencios?, no pueden, son ciegos, no son capaces de ver más alla de una pantalla, su pantalla.
La primavera nunca será su primavera, la primavera es real, no es como su ficción en que la que viven enterrados. La verdad es una flor, una mirada, un beso o un silencio. El tunel lila es real, por ello no lo ven. Han perdido la capacidad de sentir, mientras los trinos de los pajaros cantan en busca de pareja, mientras que las flores son capaces de romper el aire. Sin primavera no hay amor, habrá otra cosa, sin primavera tampoco existirá el verano o el otoño, sólo quedará un día inospito de invierno.
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